Hoy quiero compartir con ustedes algo
cuyo acceso nos está prohibido. El ¿Por
qué? Creo se nos hará evidente en el contenido de este artículo.
Muchos
son los registros que nos están velados; pero este no va a ser uno para lograr su acceso.
En el lado oriental de la gran plaza de Chichén Itzá,
en cuyo centro se levanta imponente El Castillo, encontramos
El Templo de los Guerreros.
Mide 40 metros de lado y tiene forma piramidal escalonada con 4 cuerpos. El
templo superior está dividido en dos salas, aunque no se puede acceder a él. Lo que sí podemos ver es el pórtico de entrada
con dos serpientes de cascabel gigantes, que soportan el dintel.
Este
templo guarda un secreto inmemorial de los anales de la historia de la humanidad,
el hundimiento de la Atlántida.
Su interior alberga gran cantidad de
salas abovedadas y en la entrada del templo se encuentra la escultura de un Chac Mol.
El
siguiente segmento de mi libro, El
Séptimo Zaztun, es un recuerdo de la última visita que efectué a este
templo. En aquel día, el acceso a este
templo ya estaba prohibido, pero acompañada por un maestro, que quizás tenía
suficiente amistad con uno de los guardias para que se hiciera de la vista
gorda, esto fue lo que transcurrió.
…«¿Recuerdas cuando visitabas este templo?»
La pregunta me tomo desprevenida. ¿Cómo supo que
una vez entre al templo superior?
«Lo que buscas se encuentra ahí dentro».
«¿El mural de la destrucción?»
«Así es, has memoria. ¡Regresa a tus recuerdos y lo
recordaras!»
Su comentario parecía incongruente, tratar de
recordar, era lo que llevaba haciendo toda una vida, pero no lo había logrado.
Observe el templo y sus cuatro cuerpos. El templo superior esta fraccionado en dos
salas. En su centro, un Chac Mool descansa entre dos serpientes de cascabel
donde se encuentra el pórtico de su entrada.
Las serpientes sirven de soporte al dintel de ingreso. En su interior hay una gran cantidad de salas
abovedadas. En el maya yucateco, Chac
Mool significa “jaguar rojo”. La
escultura representa a un hombre acostado sosteniendo un plato sobre el
vientre. El Chac Mool está apoyado sobre
sus codos, con las rodillas dobladas y la cabeza girada 90 grados.
«¿Quieres entrar?»
«¿Es posible?»
«No veo a nadie que nos lo impida». Respondió.
Con gran complicidad y mucho nerviosismo por mi parte,
cruzamos las cuerdas de retención, subiendo los peldaños con agilidad;
esperando con cada paso que alguien se acercase a detenernos, o peor, pero para
mi gran sorpresa, alcanzamos el ingreso.
Una vez dentro el local era húmedo; su ambiente,
impregnado de tufos mixtos navegaba por toda su extensión. Reconocía ese olor, era el mismo que permeaba
los corredores de los templos y pasajes secretos; era el perfume de acceso a
las puertas del pasado.
Mientras mis ojos se ajustaban a la penumbra escudriñaba
los muros de la bóveda alerta a las arañas y otros animales, inquilinos del
recinto. Una vez ambientados a nuestro
entorno, el hombre entro con convicción a una de las bóvedas donde huellas de
escritura en los colores originales de los mayas, negro y ocre, eran apenas
visibles en una parte de sus paredes.
Con su propia mano, el hombre limpio lo mejor que pudo
las telarañas que rodeaban el escrito, liberando una visión más clara de las
palabras. La antigua escritura comenzó a
tomar forma…
«Bajo un cielo
tenebroso, en medio de un paisaje torturado, los cuerpos de los muertos y los
sobrevivientes yacían por igual, flotaban a la deriva en un mar carmesí rumbo
hacia costas imprecisas. Durante siglos,
la masa de tierra se había hundido lentamente pero el final había sido rápido e
implacable. La naturaleza había sido
tremendamente vengativa, consumiéndolo todo en una voraz y espeluznante
explosión, que como una gigantesca serpiente había devorado todo en su
paso. Los restos de la catástrofe fueron
una bocanada para al maremoto que se la trago.
«Los habitantes buscaron refugio en sus templos y
ciudadelas, pedían ayuda a sus sabios y sacerdotes, pero era muy tarde para el
consuelo que buscaban. Palabras
desprovistas de esperanza llenaban el aire entre los muros con sus puertas de
oro y templos transparentes que se estremecían como las hojas de un árbol junto
con la agonía de la multitud.
«Después de dos conmociones, desapareció
durante la noche, siendo constantemente estremecida por los fuegos subterráneos
que hicieron que la tierra se hundiera y reapareciera varias veces y en
diversos lugares, Al fin, la superficie cedió y los países se separaron y
desaparecieron».
«En el año 6 de
Kan, el 11 Muluk, en el mes de Zak, ocurrieron terribles terremotos que
continuaron ininterrumpidamente hasta el 13 Chuen. El país de las lomas de barro, la tierra de
—Tulan Zuiva—, ¡desapareció!»
Cincelado en una extensa
lapida colocada a un costado de la escritura, la odisea cobraba vida en toda su
magnitud.
Un hombre con facciones
africanas, pero de aparentes cabellos claros, se está ahogando; víctima de las
olas en un agitado cuerpo de agua. Su
cara y mano derecha emergen precariamente por encima de la superficie. Las proporciones de su mano, y tres de sus
dedos, están fuera de simetría. Un
distorsionado dedo Índex, el indicador, el revelador, el utilizado para
señalar, apunta temerosamente hacia el cielo.
El dedo pulgar y el dedo corazón, por igual se asoman fuera de
equilibrio. El resto de su cuerpo resta
sumergido en las aguas. Sus largos
cabellos flotan como un manto a su alrededor. Pero, había más, en el fondo de
la imagen un volcán en la lejanía vomitaba su intestino sobre una ciudad cuyos
templos yacían destruidos mientras que una canoa avanza con evidente
determinación entre las aguas a través del caos, remando dentro de la
carnicería buscando señales de vida.
El remero va vestido en una
vistosa armadura con peto elaborado en cuero y conchas decorativas que ciñe un
cuerpo masculino de perfecta proporción.
Macizos brazaletes en oro adornan sus puños y resaltan los delicados y
ajustados pulsos de piedras preciosas.
Pienso que, por su porte y el adorno de su cabeza, el remante sea un
guerrero. Bandas de cintillos con
detalles en nácar y semillas estrechan su cabeza entrelazados con tres plumas
blancas. Un bien definido arete redondo, elaborado con péndolas y madre perla, protege
su oreja izquierda dándole un perfil sombrío a sus facciones. En su cuello lleva un collar con la forma de
una estrella tridimensional. El collar
retiene una capa que ondula a sus espaldas al ritmo de su canoa.
El cuidado del artista en
capturar su travesía por las difíciles aguas, resalta la destrucción en su
entorno logrando que la canoa resalte como el foco de atención.
Era el mural que buscaba, el
que pensé nunca volver a ver, este surgía de nuevo en mi vida.
Las palabras y el
mural en una de las bóvedas del Templo capturaban la catástrofe cincelándola en
piedra. «Tulan Zuiva» la tierra de —las
leyendas—mencionada en el contenido de las escrituras, fue la tierra que
sucumbió en el año 6 de Kan, el 11 Muluk, en el mes de Zak.
Atlántida, a quien los mayas diesen el nombre de Atlanti-ha o Tulan
Zuiva, no fue una leyenda. Cuando los
ejes de la tierra pasaron por esa tremenda revuelta conocida por la ciencia
astronómica como la revolución de los ejes, lo cual toma lugar aproximadamente
cada 13,000 años, fue más que suficiente para que los mares cambiaran su lecho
y la Atlántida fuera sepultada en el océano.
Mi intuición del significado del hombre ahogándose en el mural, era
señalar una amonestación a la humanidad.
Una humanidad que existe al inicio de un ciclo donde nace una nueva era
y donde estaremos expuestos a la luz de la Galaxia.
El tema de la Atlántida es de interés colectivo; trazamos nuestro primer
conocimiento a Solón, el gran legislador de Atenas quien
visito Egipto 600 años antes de la era cristiana. Los sacerdotes de Sais le compartieron un
manuscrito que narra el fin de esa tierra.
Las
imperecederas palabras están inequivocablemente dirigidas a nosotros…
«…Se hundieron 64 millones de habitantes
8.000 años antes de escribirse este libro.
De vuestras
cenizas surgirán nuevas naciones. — Y si ellos (refiriéndose a nuestra actual
raza aria) se olvidan de que deben ser superiores no por lo que adquieren sino
por lo que dan, la misma suerte les tocara». Códice Troano
Reflexione
que ‘dar’ no reflejaba la inclinación general de la humanidad que actualmente
habitaba el planeta.
El
tiempo nos sirvió de cómplice ocultando nuestro escape de un Chichén abandonado
por los turistas y los artesanos, envuelto en la penumbra de un avanzado
atardecer.
¡Déjenme
saber quién viene, esto es algo que no se quieren perder!
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